La alimentación en el primer año de vida es crucial en el desarrollo del bebé, ya que su crecimiento es más rápido que nunca y las necesidades nutritivas, mayores. Es en esta época cuando los lactantes (menos de 12 meses) son más inmaduros y vulnerables, por lo que deviene fundamental asegurarles una alimentación adecuada que satisfaga sus necesidades nutritivas, prevenga posibles patologías y ayude a crear hábitos alimentarios saludables.
Se distinguen tres etapas: durante el periodo lácteo (hasta 4-6 meses), la alimentación se basa en la leche, que puede ser materna (la más recomendada), artificial (fórmulas de inicio) y mixta. En el periodo de transición, destete o Beikost (a partir de 4-6 meses), deben aumentarse tanto la energía aportada como la cantidad de diversos nutrientes. Es por ello que se introducen alimentos semisólidos (purés caseros y/o potitos), aunque se siga manteniendo la lactancia, que en esta fase es mayormente artificial (fórmulas de continuación). Se van incorporando, paulatinamente y de acuerdo con el pediatra, alimentos no lácteos, preparados de forma adecuada en consistencia y cantidad y adaptados a la maduración y desarrollo del bebé. Así los niños y niñas aprenden a masticar y tragar y prueban nuevos sabores. En el periodo de maduración digestiva se introducirán otros alimentos.
La leche no es suficiente
La leche no proporciona la energía y nutrientes que precisa un bebé que ya ha cumplido 4 ó 6 meses. Sus funciones digestivas han madurado, por lo que se debe incluir una alimentación complementaria. No se recomiendan los nuevos alimentos antes, pero tampoco conviene introducirlos después, porque la falta de diversificación es motivo de pérdida de apetito, y se desaprovecha una época idónea para la educación del gusto y la adaptación progresiva a una alimentación equilibrada.
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